martes, 22 de marzo de 2016

Mateo

Mateo es mi mejor amigo, siempre lo fue. Nos conocimos desde que éramos pequeños.  Jugábamos a las escondidas, saltábamos la cuerda, corrimos de la vecina loca, comimos helado, aprendimos a andar en bicicleta juntos.
A Mateo siempre le conté todo, desde trivialidades, hasta las inquietudes más grandes de mi corazón. Reíamos mucho. Yo conocía a toda su familia, pero siempre tuvé la impresión de que su a su madre no le caía bien. El me platicó que ella solía hacer una mueca de molestia cuando le contaba de mí y de nuestras aventuras. Conforme fue pasando el tiempo dejó de contarle de mí, me dijo que era más divertido si lo conservabamos en secreto.

Mateo y yo íbamos juntos a la escuela, aprendimos matemáticas y español. Nunca entendí por que le gustaban tanto los números, amaba las matemáticas de una manera que me parecía absurda e inexplicable, sin embargo, siempre le admiré su dedicación. En mi caso, prefería las ciencias naturales y decidí que cuando fuera grande sería una bióloga marina.


La infancia fue una época muy bella, aún recuerdo cuando íbamos al parque y me empujaba en el columpio. El olor de la plastilina en la escuela y la nieve de limón en primavera. Pasó el tiempo y llegamos a una etapa complicada: La adolescencia.


Como era de esperarse, las hormonas nos atacaron drásticamente, Mateo cambió, yo cambié. Pero nuestro vínculo de amistad siguió tan sólido como siempre. Íbamos al cine y salíamos mucho con sus amigos, en esa época el se interesó en el cine y pasabamos tardes enteras viendo pelícuas de Kubrick o de Kurosawa. También salimos de fiesta y aprendimos a bailar, él siempre tuvó tres pies izquierdos, pero no me importaba, bailar juntos era lo que me hacía más feliz. Aprendí a jugar billar, a apostar en Blackjack, a beber. Empecé a comprender que mis sentimientos hacía Mateo eran más profundos y complejos de lo que parecían. Mis emociones empezaron a dominarme, nos peleamos, nos reconciliamos y después de mucho tiempo acepté lo evidente: estaba enamorada de él, o quizá siempre lo estuve. A pesar de los malentendidos y las discusiones, supe que mi amor era correspondido y el día más feliz de mi vida fue cuando Mateo me propusó matrimonio. 


Sin embargo, el día que fuimos a su casa a darle a su madre la buena nueva, dos hombres se acercaron a nosotros. No supé bien como o por qué, pero nos encerraron en una habitación. Era un lugar horrible, estaba lleno de personas idas  y el ambiente era lúgubre y triste. Los hombres se lo llevaban por horas y me quedaba sola. Comencé a sentirme muy débil, como si la vida se fuera escapando poco a poco sin que yo pudiera hacer nada pa ra evitarlo. Cuando Mateo regresaba a la habitación parecía que no me escuchaba, repetía como enloquecido que todo era mi culpa, no supe de que hablaba.


Un día me di cuenta que le obligaban a tomar una dosis de pastillas extrañas cada mañana, para ese momento mi cuerpo era tan pequeño y frágil que un simple viento pudo haber terminado conmigo, veía al hombre que amaba consumirse y olvidarme. La última vez que lo ví ya no tenía fuerzas de nada, pero alcancé a ver mientras desaparecía unas enormes lágrimas que surcaban su rostro. 


Pintando el mundo

Pía tomó la caja de acuarelas, recordaba que su madre se las había regalado hacía mucho tiempo. Sopló suavemente y pequeñas motas de polvo salieron volando, tenían mucho tiempo guardadas.
Pensó que probablemente ya no servirían, sin embargo, al abrir la caja, descubrió con sorpresa que las acuarelas estaban en perfecto estado, listas para ser usadas.

Intrigada y curiosa Pía decidió entonces ir por agua, papel y un pincel. Introdujo cuidadosamente el pincel en el agua y después de un momento eligió el color azul cielo. La consistencia era suave y comenzó a a dibujar en el papel, nada. A pesar de las pinceladas el color era traslúcido, casi no se notaba, como si algo succionara la vida de los colores y dejara una sombra nimia detrás. Mientras batallaba con las acuarelas para poder dibujar algo, notó un pequeño trozo de papel sucio y doblado dentro de la caja. Dentro de él se leía "Cuidado con lo que pintas" escrito en una letra manuscrita poco entendible al lado de una inscripción en máquina que decía "Acuarelas mágicas"

Pía no estaba muy segura de a que se refería esa leyenda, no creía en magia y las acuarelas no hacían nada interesante, parecía más bien un mal chiste de el dueño anterior. Mientras meditaba en las palabras del papel, su gatita Gris se posó en la mesa y al pasearse por la mesa, accidentalmente tiró las acuarelas hacía las fotos familiares que estaban en la superficie del mueble. Al recoger el desastre, Pía descubrió que el pincel había caído en una fotografía empapándola.

Al tratar de salvar la foto y verla de cerca, se dio cuenta de que había cambiado, ahora aparecía una sonrisa que antes era una mueca de indiferencia. Incrédula ante tal acontecimiento tomó el pincel y pintó todas las fotografías que pudo, descubrió entonces que los colores no se alteraban, pero las expresiones cambiaban, según lo que ella deseaba.

De repente tuvo una idea, fue a la ventana y empezó a pintar sobre ella, dibujo un gran árbol frente a la casa de su vecino, y al instante un hermoso manzano apareció al otro lado de la acera.Al descrubrir el mágico poder de dichas acuarelas Pía pasó mucho tiempo jugando con ellas, abstrayendose de todo lo que la rodeaba. Se dedicó a pintar y cambiar las historias con detalles sutiles, la pintura se estrellaba contra el vidrio y desaparecía para fundirse con la realidad, paso días enteros cambiando el mundo hasta que descubrió que las acuarelas se habían terminado.

El equivalente al desamor.

Te busqué en todas las caras, y en todos los rincones, te imaginé muchas veces mientras caminaba por las calles, volteaba al creer que había escuchado tu voz, me sobresaltaba cuando veía a alguien parecido a ti. La verdad es que deseaba verte pero al mismo tiempo me aliviaba que no fueras tú. Es cierto que es distinto saber una verdad que vivirla, yo sabía desde antes de que nos enredáramos en cuestiones amorosas que nunca serías mío, pero tener esa certeza era cosa muy distinta a vivirla en carne propia.

Algunos llegaron a pensar que habías roto mi corazón, era estúpido pues no había nada ya que romper, el equivalente al desamor fue caer del cielo a 3300 metros de altura y el amor fue viajar por segundos en una nube imaginaria que construí el único día que encontré tu mirada, el único momento de contacto entre nosotros que provocó la caída desde las alturas que convirtió en añicos por siempre, mi corazón.

Epílogo.

I
Si se tratara de ganas de besarte, ya te hubiera besado, pero hay algo que me lo impide y es que no quiero ser uno de esos besos que repartes como pastillas de menta, no quiero ser un recuerdo borroso en tus labios que no merezca un pedazo de memoria, no quiero ser ese beso perdido en un instante. Quiero ser ese beso que te deja imaginando al día siguiente como dibujar mariposas con la boca, quiero ser ese beso que te haga querer más, quiero ser ese beso que recuerdes hasta el día que te mueras.-

II
Ella sonrío y dijo -He sacado a muchos de mi vida antes de ti-
-¿Eso quiere decir que ya me olvidaste?-
-No, pero si una casualidad como hoy nos junta, sólo es como ver hacía atrás a un nosotros que ya no existe.-
-¿Todavía me amas?-
-Es difícil decir, el amor evoluciona, el amor no es algo atemporal que se conserve siempre igual, eventualmente puede convertirse en odio, olvido o indiferencia.-
-¿Y si hubiera regresado por ti?-
-Te diría que es muy tarde, que dejé de esperarte en el momento en que dijiste adiós.-

III
Me puse a hablar con ella, me empezó a caer bien, me contaba cosas que a nadie le contaba, expresaba sueños utópicos y deseos tropicales, me contaba historias sin sentido y con finales que no hubiera imaginado. Me confiaba sus más grandes y oscuros secretos, reíamos como locas. La soledad no había sido tan dulce hasta que empecé a hablar conmigo misma.

IV
Lloró durante toda la tarde, sólo quedó de ella un charquito de lágrimas perdido en el olvido.

domingo, 10 de mayo de 2015

Un sofá, un conejo y una mujer.

Estaba un día cualquiera esperando a mi novia, cuando la divisé a la distancia. Traía consigo una caja de zapatos con agujeritos. Creyendo que era una especie de broma hice caso omiso a este hecho, hasta que finalmente llegó y lo primero que hizo fue extenderme la caja.

Desaté el cordón y adentro encontré un pequeño conejito blanco con un lazo rosa en el cuello “ridícula” pensé con ternura, y al encontrarme con su mirada caí en cuenta de que era para mí. Por un momento la sorpresa se apodero de mí, jamás creí que mi mujer se tomaría en serio cuando llegué a decirle que me gustaría tener un conejo de mascota. Lo tomé cuidadosamente con mis manos y volteé a verla, ahí estaba, con su cabello color chocolate, sus ojos oscuros y su pequeña boca en forma de corazón, esperando una respuesta de mi parte mientras el peludo regalo se retorcía en mis manos. “Gracias” fue lo único que atropelladamente salió de mi boca, lo regresé a su cajita y nos fuimos a mi casa.

Mi departamento no era precisamente un lujo andante, tenía un modesto comedor, mi cuarto, la cocina, un bañito y la sala donde sólo había un enorme sofá de flores descoloridas que había sido de mi abuela. Era nuestro lugar predilecto cuando Mica iba a mi casa, solíamos sentarnos en él y ver películas (o no verlas), comíamos pizza los sábados mientras platicábamos e incluso llegamos a desarrollar una afición particular por las guerras de cojines.

Al llegar pusimos la caja en el suelo y lo dejamos tantear terreno, éste saco cuidadosamente su hocico para verificar su nuevo panorama. Después de unos minutos salió de la caja y se puso a brincar y correr por todas partes, literal, como Pedro por su casa.

Lo bautizamos "Copito” después de horas de discusión -Gracias a Dios que no teníamos hijos-, porque parecía un copo de nieve, pero “copo de nieve” era un nombre muy largo. Con los días Copito le hizo honor a su especie, dejando sus pequeños excrementos por todos lados y mordisqueando todos mis muebles. No me habría molestado si no hubiera desarrollado una extraña afición a roer las patas de mi adorado sofá, por lo cual se desencadenó una pequeña guerra en la que temporalmente obtuve la victoria al poner una especie de cerco para mantenerlo alejado del mueble.

Mica contribuía con comida y cosas en especie, pero la patria protestad era mía, con lo cual tuve permiso de quitarle el lazo rosa, vivía en MI casa y destruía MIS muebles cosa que al parecer nunca pasó por la cabeza de mi atolondrada Mica.

El primer episodio sucedió un día que discutí con Mica y ella se marchó dando un portazo y gritando cosas que preferiría omitir, sin embargo no tuve tiempo para pensar mucho en la discusión ya que Copito enfermó y tuve que llevarlo al veterinario. Primero creí que había sido por las zanahorias que le había dado Mica y ya estaba empezando a sacar espuma de la boca, pero el veterinario muy pacientemente me explicó que Copito necesitaba morder cosas por algo de sus dientes que no entendí bien. Llegamos a casa y le compré un pedazo de madera que fue totalmente ignorado. En mi crisis maternal Mica regresó con bandera de paz y después de un abrazo de reconciliación tuvo una idea, quitó mi cerco de seguridad. Más tardo ella en quitar las cajas que Copito en salir disparado a comerse las patas del sofá. Ni modo, me resigné a que si quería ver a mi conejito sano debería decirle adiós a mi sofá (O al menos a sus patas).

Nunca entendí bien como le hacía para roerlas y no morir aplastado cuando se iban rompiendo y el sofá empezó a venirse abajo, lo cierto es que pasados unos meses mi sofá ya no tenía tres de cuatro patas y mi relación con Mica como el sofá estaba yéndose al piso.

Los pleitos y discusiones comenzaron a ser más frecuentes, ella daba portazos, yo le mentaba la madre, el padre, la abuela y quizá la mitad de su árbol genealógico. Copito parecía resentir mucho la situación, conforme las cosas con ella se iban al carajo, el conejo comenzó a roer más lentamente, a dejar de jugar, a dejar de brincar. Al principio no le di mucha importancia, pero al ver que la cosa no pasaba de un par de malos días comencé a asustarme.

Llegó un momento en que estaba más preocupada por Copito que por Mica, yo creo que el veterinario debió sacarme una membresía de cliente frecuente de tantas veces que iba para que revisara al animalito. Pasaban días y no había cambio. Un sábado por la tarde llegué a mi casa y encontré una nota de Mica que decía “Adiós”, comprobé sin mucho alboroto que todas sus cosas habían desaparecido, colapsada por tantos acontecimientos me tiré sobre mi sofá ¡ZAZ! Con mi peso la última pata se quebró hasta dejar el mueble al ras del suelo, y al voltear a mi lado derecho vi a mi bolita de pelos tirada ahí, presa de un sueño infinito.

Se murió el amor.




sábado, 14 de febrero de 2015

Querido lector.

Querido lector,

Nada en la vida es estático, así como la galaxia está en constante movimiento, nosotros estamos sujetos a los devenires del destino. Los cambios ocurren todos los días, aunque no siempre son tan grandes como para invadirnos de sorpresa y curiosidad.

En este momento, este blog se encuentra en metamorfósis, espero que de oruga extienda sus alas y vuele a través de la imaginación.

Por lo cual pido tu comprensión y paciencia para la reconstrucción de este espacio, pronto estará de nuevo disponible.

Con amor,
Auro